Una tarea crítica de positivo valor ideológico
El concepto de nación no es tan eterno como creemos. Se impuso en los últimos 200 años, antes no existía más que en algunas pocas mentes maestras, avanzadas a su tiempo. No es cierto que en el siglo XVI Inglaterra se enfrentó a Francia, quizás se enfrentaron sus coronas a través de sus ejércitos y a expensas del pueblo, pero ninguna de estas víctimas se sentía tan francesa como posiblemente lo hacía el rey. El pueblo liso y llano era, simplemente, un servidor de un señor que los oprimía económica y políticamente. La cuestión es que la nación la inventan los franceses en 1789. Los jacobinos fundan una nueva manera de pensar la política y la condición civil. Cuentan que cuando Napoleón invade y conquista el resto de Europa apenas diez años después, sus ejércitos eran infinitamente inferiores a los de las monarquías vecinas. Los ejércitos de las monarquías estaban, mal que mal, entrenados y armados desde hacía varias generaciones y quizás hasta con vario orgullo. Los franceses, en cambio, eran en sus bases unos campesinos harapientos que compartían la identificación política con la nueva clase que pretendía imponer su orden social; sin embargo, a pesar incluso de su inferioridad numérica, los franceses contaban con un impulso moral del que los mejor-equipados-y-más-peligrosos-mercenarios extranjeros carecían. Y a fuerza de moral y valentía, como en los cuentos de Disney, nos dicen que los pobres franceses conquistaron toda Europa en aquel pasado glorioso.

Las monarquías del mundo empiezan a caer y se vuelven más o menos constitucionales, le reconocen un poder legislativo al pueblo, que tarde o temprano se abre a elecciones eventualmente universales. El periodo de 1880 a 1914 es el apogeo de las naciones, de las naciones europeas sobre el resto del mundo. Tan bien se llevaban que hicieron una red infinita de alianzas bi o trilaterales entre ellas, que cuando explotó la chispa (un archiduque austríaco comía un sánguche en una esquina de la bella Sarajevo, cuando entró repentinamente un serbio-bosnio que por allí pasaba, sacó un revólver y le disparó tres tiros en el pecho a él y a su mujer. De manera inesperadamente razonable (?) Austria invade a Serbia, Rusia le declara la guerra a Austria, como gritándole desde lejos y Alemania, que está obligada a aliarse con su vecina por motios nupciales, le declara la guerra a Rusia. Pero no sólo eso, sino que como le parece muy copado esto de tener una guerra en dos frentes, decide invadir sorpresivamente a… ¡Francia! Pero resulta que a un tal Alfred Graf von Schlieffen, un jefe calvo y pelado del Estado Mayor del II Reich Alemán sugiere que para llegar a Francia, en vez de ir directamente, es mejor pasar por Bélgica, que goza de la protección de Inglaterra, para llegar por sorpresa desde el norte al territorio francés. Al káiser le parece muy divertido y acepta, gozoso, mientras se dispone a presenciar una novela en la escena mundial. Todos se pelean, se matan, se quedan calientes. Entretiempo. Acá es cuando el nacionalismo entra en el momento decisivo, se las juega todas. Entonces uno de estos nacionalismos, para demostrar que es el que la tiene más grande que todos, tira un dispositivo que denomina cariñosamente Little Boy. Cuando toca el suelo, mata a doscientas mil personas (2000.00). A pesar de que todavía no habían terminado de oír el ruido de la explosión, deciden ir lanzando al otro, Fat Man, para descubrir (al fin y al cabo, era un experimento en vivo y en directo) que murieron algunos miles más. Por las dudas, no sea cosa que nos invadan.
Vos imaginate, estás desayunando un domingo tempranito y de golpe, a las 11:01am te cae una bomba atómica en la ventana de tu casa. Así, de una. Obviamente todos se sienten muy tristes, a los alemanes ya les habían sacado la industria de exterminio humano que habían construido con el mismo acero que los tanques aliados o soviéticos.

Después de esta guerra la nacionalidad ya entró en su periodo de decadencia. El Estado de Bienestar fue un buen intento, honesto, por hacerla remontar, pero fue. Todo mal, todo mal, la nacionalidad se hunde ante el avance de las finanzas, los grandes capitales, las corporaciones, que se llaman igual que las fascistas, pero se diferencian de ellas en que poseen igualdad de oportunidades. De a poco esos monstruos, los capitales privados, se identifican con la nación. Eso habrá sido desde la segunda guerra mundial hasta los 90’s, cuando el capital parece haberse desarrollado una nueva versión de sí mismo, como un virus que muta y absorbe a lo que lo rodea. El capital es ahora transnacional, financiero, inmaterial, intangible. Lo domina todo. Posee redes de espionaje sobre las mentalidades de todos y cada uno de los miembros de todas las naciones del mundo. INCLUSO DE SUS GOBIERNOS. Ningún gobierno está hoy por fuera de la red de espionaje, la telaraña abarca a todo el mundo.

Aparecen, no obstante, algunos puntos que se destacan del montón. La revolución china, inspirada en la rusa, da lugar a un montón de nacionalidades mucho más sinceras y razonables, dispuestas a construir una efectiva democracia horizontal y consensuada a nivel global. Corea, Vietnam, Malasia, Indonesia, todos tienen sus guerras de independencia y pasan de la dominación extranjera a la auto explotación privada. (Bueno che, algo es algo) Y son admitidas en una organización que termina siendo más universal de lo que creyeron inicialmente que iba a ser. Las resoluciones 1514 y 2065 son buenos ejemplos de ello. En América del sur ese mismo proceso empieza más tarde, no más temprano. Se da a partir de las crisis del neoliberalismo (el colmo de los colmos de los capitales financieros y trasnacionales) a comienzos del nuevo milenio. Y una nueva clase gobernante, elegida mediante sufragio, casi única participación política explícita del pueblo contemporáneo, en elecciones limpias y libres. Se oponen a las potencias del norte, que son las que por lo general tienden a exportar sus ideologías desreguladoras para los que no pueden regularse solos (lo que no podemos, dice el complejo de inferioridad de los fanáticos de la civilización y del consumismo). Eso en el plano político. En el económico, países con índices demográficos muy altos y dispuestos a imponer regímenes feroces, acumulan una capital tal de capital que pueden empujar la economía mundial entre ellos mientras EEUU y Europa están en crisis por la explosión de la burbuja financiera que los chepibes de Wallstreet hicieron en 2008.

Tanto la utopía liberal del buen orden como la comunista remiten a la extinción del Edo. y de toda relación de dominación. Lo paradojal de estas utopías iluministas, típicas de una época secularizada y antropocéntrica que identifica la vida buena con la desalienación, es que son concepciones esencialmente religiosas que aspiran a un mundo sin necesidades y libre de contradicciones, un mundo feliz de la libertad total que repite la alienación religiosa al prometer una factibilidad inalcanzable. Y sin embargo, parecería que la utopía nos es indispensable, al menos como punto arquimédico a partir del cual sea posible pensar el estado de cosas existentes.

Créditos
[icon name='user-md' title='Autore'] • Norbert Lechner •
[icon name='envira' title='Sorgente'] • Estado y política en América Latina •
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