- I. Cómo entender al populismo
En la era moderna, habrá que esperar la segunda mitad del siglo XIX para ver surgir nuevamente el término populista, con la creación en 1891 del Partido del Pueblo en los Estados Unidos. El People’s Party era conformado mayoritariamente por farmers del Oeste opuestos al patrón oro, fuertemente descontentos por la caída de los precios agrícolas y las tarifas impuestas por las compañías de ferrocarriles. Su programa, redactado por Ignatius Donnelly, proponía entre otras medidas la elección directa de los senadores, leyes contra los terratenientes extranjeros y el control nacional de los ferrocarriles. De un modo sorprendentemente similar a los populares romanos se trataba en el fondo de una fuerte protesta de los pequeños campesinos contra el orden económico vigente. Estos dos casos nos permiten apreciar, aunque por ahora de un modo algo intuitivo, que el populismo remite a un fenómeno que no se limita ni en el tiempo ni en el espacio.
Una primera manera de aprehender al populismo como fenómeno político es observar diacrónicamente su evolución en el continente, y quizás lo más evidente a la hora de estudiar los numerosos casos de populismos latinoamericanos sea el análisis mediante la variable económica. Susanne Gratius expone en este sentido tres olas populistas diferenciadas entre sí por la orientación y el contenido de las políticas públicas. Es así que América Latina habría pasado por una primera ola populista, llamada nacional-populismo, caracterizada por la inclusión de los sectores obreros y un modelo económico de sustitución de importaciones. Juan Domingo Perón, Getulio Vargas y José María Velasco Ibarra son figuras paradigmáticas de lo que podríamos llamar populismo histórico. A fines de los 80 se observó un nuevo populismo, más proclive a aplicar el recetario ortodoxo del Consenso de Washington; los procesos de liberalización y de privatización que acompañaron los gobiernos de Alberto Fujimori y de Carlos Menem representan en este sentido un giro a 180 grados con las experiencias anteriores. Finalmente, a partir del notorio fracaso económico de dichas políticas neo liberales, estaríamos presenciando a los principios del siglo XXI una tercera ola populista, esta vez de orientación izquierdista con una intervención más marcada del Estado en la economía. En esta última etapa entran líderes tales como Evo Morales, Rafael Correa, Néstor Kirchner y Hugo Chávez Frías.
De lo expuesto hasta ahora es preciso hacer una primera advertencia. Como bien lo subraya Franco Savarino es muy difícil clasificar al populismo dentro de los esquemas tradicionales de la ciencia política, en particular el trillado, pero nunca verdaderamente abandonado, eje bipolar derecha – izquierda. Hay populismos que parecen de derecha, otros de centro y otros más de izquierda. Un error frecuente en las investigaciones es la clasificación apresurada de los populismos acerca de uno de estos polos, sin reconocer su lateralidad, trascendencia o ambigüedad con respecto al eje.
Si bien no carece de interés heurístico, delimitar a los populismos en función de determinadas políticas económicas trae como principal inconveniente analítico el de no poder percibir al fenómeno populista en lo que tiene de permanente. Otro problema: parte del hecho para clasificar a los populismos pero no llega a aprehender como estos populismos de forman y mantienen, desde un plano dinámico. Uno de los objetivos de este trabajo es justamente demostrar que el populismo puede ser considerado como modelo político sui generis. Veamos a continuación como tratar la cuestión populista desde esta perspectiva.
El mayor teórico del populismo, desde un ángulo neutral y si se quiere científico, es innegablemente Ernesto Laclau cuya obra La razón populista hace oficio de referencia. El objetivo de este aparte es modestamente leer los eventos que llevaron Chávez a la presidencia venezolana en clave laclauniana. Uno de los rasgos más salientes de la teoría de Laclau está en que concibe al populismo no como una ideología o tipo de movilización de un grupo ya constituido sino como una relación constituyente entre agentes sociales; en otras palabras su abordaje nos permite apreciar al populismo desde una perspectiva realmente dinámica.
Para Laclau lo especifico del populismo, lo que hace su esencia, reside en la que él llama práctica articulatoria populista. Este mecanismo articulatorio puede presentarse de la siguiente manera. Primero, existe una demanda social que puede ser satisfecha, y ahí se termina el problema, o no ser satisfecha, bien porque la demanda o reivindicación no llega a los tomadores de decisión, bien porque estos tomadores de decisión no quieren o pueden responder eficientemente a esta demanda. Con el tiempo, las demandas no satisfechas se acumulan, lo que tiende a generar un vago sentimiento de solidaridad entre los demandantes pero ya empieza a dibujarse una frontera interna entre el pueblo y los del que detienen el poder; se produce a la larga lo que Laclau llama una dicotomización del espacio social entre los de abajo y los representantes del régimen existente. En consecuencia si el sistema institucional permanece incapaz de absorber estas demandas de un modo diferencial, es decir de tratar cada una de ellas por separada, se establece una relación equivalencial entre demandas heterogéneas. Aquí está un importante punto de inflexión en la mecánica populista: las demandas dejan de ser democráticas y pasan a ser populares, y es realmente a partir de este momento que el pueblo surge como un actor histórico. Recapitulando tenemos por un lado la formación de una frontera interna antagónica que separa el pueblo de los que ejercen el poder, por otro lado una cadena de demandas equivalenciales. Laclau presenta un tercer elemento que permite la unificación y la trascendencia de las demandas en un sistema estable de significación. Ahí entramos en el nivel más alto de movilización política: se opera una unificación simbólica traducida por discursos apelando a la fibra nacional, la soberanía popular, la libertad etc. A este proceso de articulación populista que acabamos de resumir a grandes rasgos, le agregamos el rol central que juega el líder populista al ser el máximo portavoz de esta muchedumbre frustrada ahora constituida como pueblo legitimado.
¿Ahora acaso puede aplicarse este esquema a la realidad venezolana? La lectura de los eventos que hacemos a continuación es voluntariamente simplificadora y en cierto modo arbitrario; no obstante apuntamos esencialmente en subrayar los hechos que fomentaron y precipitaron el surgimiento del populismo en la Venezuela puntofijista.
Al fin de los 80, conocida como la década perdida, Venezuela venía sufriendo un deterioro económico notable: a la devaluación del bolívar asociado al viernes negro en 1983, se sumo una caída de los precios del petróleo del 30% y se profundizo un fenómeno conocido en todo el continente: el aumento de la deuda externa. La época de la Venezuela saudita parecía ya lejos para muchos venezolanos y el regreso a la presidencia en 1989 de Carlos Andrés Pérez, asociado al milagro económico, puede entenderse como la esperanza de volver a estos prósperos años. El contraste será aun más embargante para una población viviendo en el hambre cuando el mismo Andrés Pérez le anuncia un plan de austeridad de índole neoliberal marcado entre otros por la eliminación del control de los precios, la liberación a las importaciones y la congelación de los salarios. La chispa que hace explotar el polvorín social que se gestionaba a medida que la pobreza ganaba sectores de la población fue el brusco aumento de la nafta y de los precios de los transportes públicos. Los 27 y 28 de febrero de 1989 se producen fuertes protestas y saqueos conocidos como el Caracazo. La represión del ejército venezolano fue particularmente dura y cruenta al oponer pobres sin uniformes contra pobres con uniforme.
Retomando al modelo laclauniano podemos afirmar que el Caracazo representa innegablemente un hito, un punto de inflexión que muestra a plena luz una ruptura entre una sociedad civil exasperada y su clase política. La excesiva represión por parte del ejercito como respuesta del Estado no sólo terminó de estructurar relaciones de equivalencia entre los venezolanos, mostrando al desnudo un malestar general que iba más allá del aumento del transporte, sino que además cristalizó esta frustración y marcó una división – la frontera interna antagónica – de Laclau entre los ciudadanos y sus representantes. El costo político será altísimo para Carlos Andrés Pérez, su plan de reforma económica nunca logró el consenso necesario, su autoridad fue cuestionada y los repetidos escándalos de corrupción precipitaron el fin de su mandato, mediante juicio político.
Un segundo punto de inflexión será el fallido golpe de Estado del 4 de febrero de 1992, encabezado por el entonces teniente coronel Hugo Chávez. A pesar de la derrota militar es de suma importancia rescatar la dimensión simbólica y el impacto que generó sobre la sociedad venezolana. A diferencia de los golpes de Estado que ocurrieron en 1962 bajo la presidencia de Rómulo Betancourt, golpes conocidos como elCarapunazo y el Porteñazo, el llevado a cabo por Chávez no generó rechazo sino más bien suscitó simpatía y el consentimiento implícito de gran parte de la población. Con 30 años de intervalo este solo dato simboliza agudamente cuanto se había evaporado del espíritu democrático desde la creación del Pacto de Punto Fijo. Rafael Caldera, uno de los protagonistas históricos con Betancourt del pacto, resumió la situación en estas palabras: No se le puede pedir al pueblo que defienda la democracia, cuando tiene hambre. Con el golpe del 1992 y el discurso televisivo en el que pide a sus compañeros insurrectos rendir las armas, Chávez se convierte en personaje público. El discurso es una joya de retorica y nos permitimos transcribirlo en su integralidad:
Primero que nada quiero dar las buenos días a todo el pueblo de Venezuela, y este mensaje bolivariano va dirigido a los valientes soldados que se encuentran en el Regimiento de paracaidistas de Aragua y en la Brigada blindada de Valencia. Compañeros: lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital. Es decir nosotros acá en Caracas no logramos controlar el poder. Ustedes lo hicieron muy bien por allá, pero ya es tiempo de evitar más derramamiento de sangre, ya es tiempo de reflexionar y vendrán nuevas situaciones y el país tiene que enrumbarse definitivamente hacia un destino mejor. Así que oigan mi palabra. Oigan al comandante Chávez, quien les lanza este mensaje para que, por favor, reflexionen y depongan las armas porque ya, en verdad, los objetivos que nos hemos trazado a nivel nacional, es imposible que lo logremos. Compañeros: oigan este mensaje solidario. Les agradezco su lealtad, les agradezco su valentía, su desprendimiento, y yo, ante el país y ante ustedes, asumo la responsabilidad de este movimiento militar bolivariano. Muchas gracias.
Siguiendo nuestra línea de análisis calificamos a este discurso, de poco más de un minuto, como el principio de unificación de las demandas en un sistema estable de significación. El golpe de Estado falleció pero los venezolanos acaban de encontrar en la persona de Chávez alguien que se erige firmemente contra el poder. Palabras como por ahora y un destino mejor para el país tienen una gran resonancia en un pueblo profundamente desengañado para con su clase política y dejan entrever una posibilidad de cambio real. La unificación simbólica tomara cuerpo, en particular mediante la imagen del libertador Simón Bolívar, pero en el fondo Chávez ira juntado apoyos sobre la más acerba critica hacia el régimen establecido denunciado como altamente corrupto y prometiendo la activación de un poder constituyente capaz de suplantar una Constitución juzgada moribunda.
Para concluir este primera parte, hemos tomado al Caracazo y al golpe del 4 de febrero como dos acontecimientos claves para el surgimiento del populismo en la Venezuela post 1958. En el primero se establece se articula una relación equitativa entre los venezolanos y se dibuja más nítidamente la frontera entre pueblo y clase política defensora del establishment. En el segundo se revela la figura del líder que viene de afuera y se unifica las esperanzas de un pueblo bajo un proyecto político renovador. En este sentido, la elección de Hugo Chávez Frías responde tanto a una reacción de rechazo como a una aspiración al cambio.