Las almas bravas
Alejándose de los perezosos, Dante se acerca a Aqueronte, el río que limita el infierno real (en griego,río del dolor) que a través del cual las almas deben pasar antes de ser destinadas al castigo eterno.

Aquí el poeta encuentra el barquero de las almas, el demonio Caronte, con ojos de Braga (ojos ardiendes como las brasas del carbón), que tiene precisamente la tarea de transportar las almas a la otra orilla del río. La figura de Caronte se encuentra también en la mitología pagana y en la Eneida de Virgilio (Libro VI, donde narra el descenso al infierno de Eneas) con exactamente el mismo rol. Dante, incluso aunque lo defina como un ‘diablo’, lo describe humanamente como un viejo con el pelo blanco por su edad avanzada.

Infierno, Canto III, vv. 82-89

Ed ecco verso noi venir per nave
un vecchio, bianco per antico pelo,
gridando: ’Guai a voi anime prave!

Non isperate mai veder lo cielo;
i’ vegno per menarvi all’altra riva
ne le tenebre eterne, in caldo e ‘n gelo.

E tu che se’ costì , anima viva,
pártiti da cotesti che son morti.

Caronte se dirige a las almas de los condenados, que les recuerda la suerte que les espera (no podrán ver jamás el cielo, Dios, la felicidad), y se da cuenta que entre ellos se encuentra el alma de un vivo (anima prava, alma brava), el de Dante y le advierte a que retroceda. Interviene entonces Virgilio para explicar que la presencia de un ser viviente es debido a la voluntad superior de Dios: vuolsi così colà dove si puote ciò che si vuole – quiso así allá donde se puede lo que se quiere, o también, así se quiso allá en el cielo, donde se puede hacer lo que se quiere. Y con estas palabras, Caronte calla y reanuda su eterna tarea del barquero transportador.

Dante, abrumado por tanta emoción y tanta confusión, se desmaya y cuando recobra sus sentidos se encuentra en el otro lado del rio y nota a Virgilio un poco pálido porque sabe que está en el primer aro del infierno, en el limbo. Desde una zona de luz, que interrumpe las tinieblas, encuentra a Homero, a Horacio, a Ovidio y a Lucano que acogen con todos los honores a su compañero Virgilio y Dante, que se coléa en la finción literaria, a la compañía de los poetas o los espíritus magnos.

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