El sacerdote es el que modifica la dirección del resentimiento. Y es que todo el que sufre busca instintivamente una causa de su sufrimiento; O, dicho con más precisión, un autor, o, con mayor exactitud aún, un autor culpable receptivo al sufrimiento – en una palabra, cualquier cosa viva sobre la que poder descargar con cualquier pretexto, de obra o in effigie, sus afectos: pues la descarga de los afectos es el máximo intento de alivio, es decir, de anestesia por parte del que sufre, su involuntariamente anhelado narcótico contra cualquier especie de pena. La verdadera causalidad fisiológica del resentimiento, de la venganza y de sus afines se ha de encontrar, según yo me malicio, únicamente en esto, a saber, en una apetencia de anestesiar el dolor por el afecto. […] Los que sufren tienen, todos ellos, unas espantosas disposición e inventiva en hallar pretextos para afectos dolorosos; disfrutan ya de su suspicacia, de su cavilar sobre ruindades y aparentes perjuicios, revuelven las entrañas de su pasado y de su presente en busca de oscuras y equivocas historias donde son libres de entregarse al goce de una sospecha torturadora y de embriagarse con el pro pio veneno de la maldad _abren las más viejas heridas, se desangran por cicatrices curadas mucho tiempo atrás, con vierten en malhechores al amigo, a la mujer, al hijo y a todo lo que les es más cercano. «Yo sufro: hay alguien que tiene que ser culpable de ello» _ así piensa toda oveja mórbida. Pero su pastor, el sacerdote ascético, le dice: «¡Bien está, oveja mía!, hay alguien que tiene que ser culpable de esto: pero tú misma eres ese alguien, tú misma eres la única culpable de esto – ¡tú misma eres la única culpable de ti!»… Esto es bastante audaz, bastante falso: pero con ello se ha conseguido al menos una cosa, con ello, como queda dicho, la dirección del resentimiento ha sido – modificada.
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