El filósofo enmascarado
El espíritu filosófico en un principio ha tenido siempre que disfrazarse y permanecer larvado en los tipos anteriormente fijados del hombre contemplativo, a guisa de sacerdote, hechicero, adivino, en general de hombre religioso, para en alguna medida siquiera ser posible: el ideal ascético durante mucho tiempo le ha servido al filósofo de forma de aparición, de presupuesto de existencia -tuvo que representarlo para poder ser filósofo, tuvo que creer en él para poder representarlo. El ademán de apartamiento de los filósofos, peculiarmente negador del mundo, hostil a la vida, incrédulo para con los sentidos, desensualizado, el cual ha sido mantenido hasta época muy reciente y que, con ello, ha ganado vigencia casi como actitud de filósofo por excelencia – esa actitud es ante todo una consecuencia de la precariedad de las condiciones bajo las que la filosofía en general nació y subsistió: en la medida, a saber, en que por mucho tiempo la filosofía no hubiera sido en absoluto posible en la tierra sin una cáscara y una Vestidura ascéticas, sin un ascético equívoco acerca de sí. Dicho de manera gráfica y clara: el sacerdote ascético ha mostrado hasta época muy reciente la repulsiva y sombría forma de larva, única bajo la cual a la filosofía le fue dable vivir y andar con sigilo… ¿De veras ha cambiado esto? El multicolor y peligroso bicho alado, ese «espíritu» que esta oruga encerraba dentro de sí, ¿de veras ha acabado al fin, gracias a un mundo más soleado, más cálido, más despejado, por abandonar su hábito y ha podido salir a la luz? ¿Existe hoy ya bastante orgullo, osadía, arrojo, aplomo, voluntad del espíritu, voluntad de responsabilidad, libertad de la voluntad, como para que verdaderamente de ahora en adelante en la tierra «el filósofo» – sea posible?

Créditos
[icon name='user-md' title='Autore'] • Friedrich Nietzsche •
[icon name='envira' title='Sorgente'] • La genealogía de la moral •
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