La «evolución» de una cosa, de un uso, de un órgano no es, según esto, ni remotamente su progressus hacia una meta, menos aún un progressus lógico y sumario, alcanzado con la mínima profusión de fuerza y de gastos -sino la Sucesión de procesos de sometimiento más o menos profundos, más o menos independientes entre sí, que juegan en ello, a más de las resistencias gastadas en cada caso contra éstos, de las metamorfosis ensayadas con el fin de la defensa y de la reacción, así como de los resultados de contraacciones afortunadas. La forma es fluida, pero el «sentido» aún lo es más… Incluso en el interior de cada organismo singular las cosas no ocurren de manera distinta: con cada esencial crecimiento del todo se desvía también el «sentido» de cada uno de los órganos -eventualmente la parcial ruina de los mismos, su reducción numérica (por ejemplo, mediante el aniquilamiento de los miembros intermedios), pueden ser un signo de crecientes fuerza y perfección. He querido decir que también la parcial inutilización, la atrofia y la degeneración, la pérdida de Sentido y conveniencia, en una palabra, la muerte, pertenecen a las condiciones del Verdadero progressus: el cual aparece siempre en forma de una Voluntad y de un camino hacia un poder más grande, y se impone siempre a costa de innumerables poderes más pequeños. […]
Destaco tanto más este punto de Vista capital de la metódica histórica cuanto que, en el fondo, va en contra del instinto y del gusto de época hoy dominantes, los cuales preferirían avenirse incluso con la casualidad absoluta, más aún, con el absurdo mecanicista de todo acontecer, antes que con la teoría de una voluntad de poder que Se juega en todo acontecer. La idiosincrasia democrática opuesta a todo lo que domina y quiere dominar, el moderno misarquismo (por formar una mala palabra para una mala cosa) […] hoy ya penetra, le es lícito penetrar paso a paso en las ciencias más rigurosas, aparentemente más objetivas; es más, a mí me parece que se ha enseñoreado ya incluso de toda la fisiología y de toda la doctrina de la Vida, para daño de la misma, como cae por su propio peso, al escamotearle un concepto fundamental, el de la auténtica actividad. Por el contrario, bajo la presión de aquella idiosincrasia se pone en el primer plano la «adaptación», es decir, una actividad de segundo rango, una mera reactividad, más aún, se ha definido la vida misma como una adaptación interna, cada vez más conveniente, a circunstancias externas (Herbert Spencer). Pero con ello se desconoce la esencia de la Vida, su voluntad de poder; con ello se pasa por alto la primacía de principio que poseen las fuerzas espontáneas, agresivas, invasoras, creadoras de nuevas interpretaciones, de nuevas direcciones y formas, a cuyo efecto sigue luego la «adaptación», con ello se niega en el organismo mismo el papel dominador de los Supremos funcionarios, en los que la Voluntad de vida aparece activa y conformadora.
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