«¡Zaratustra! ¡Zaratustra! ¡Acierta mi acertijo! ¡Di, di! ¿Qué es la venganza contra el Testigo?
Yo te atraigo para que vuelvas atrás, ¡aquí hay hielo resbaladizo! ¡Cuida, cuida de que tu orgullo no se rompa aquí las piernas!
¡Tú te crees sabio, orgulloso Zaratustra! Acierta, pues, el acertijo, tú, duro cascanueces, – ¡el acertijo que yo soy! ¡Di, pues: quién soy yo!»
– Mas cuando Zaratustra hubo oído estas palabras – ¿qué creéis que entonces ocurrió con su alma? La compasión le acometió; y se desplomó de golpe, como un roble que ha resistido durante largo tiempo a muchos leñadores – de manera pesada, súbita, para espanto incluso de quienes querían abatirlo. Pero enseguida volvió a levantarse del suelo, y su rostro se endureció.
Te reconozco bien», dijo con broncínea voz: «¡tú eres el asesino de Dios! Déjame marchar».
No soportabas a aquel que te veía _ que te veía siempre y por entero, ¡tú, el más feo de los hombres! ¡Tomaste venganza de ese testigo!»
sí habló Zaratustra y quiso marcharse; mas el inexpresable agarró una punta de su vestido y comenzó de nuevo a gorgotear y a buscar palabras. «¡Quédate!, dijo por fin – ¡quédate! ¡No pases de largo! He adivinado qué hacha fue la que te derribó: ¡Salve, Zaratustra, por estar de nuevo en pie!
Has adivinado, lo sé bien, cómo se siente el que le mató – el asesino de Dios. ¡Quédate! Ven a sentarte conmigo, que no es cosa baldía.
¿Junto a quién querría yo ir sino junto a ti? ¡Quédate, siéntate! ¡Pero no me mires! ¡Honra así – mi fealdad! Ellos me persiguen: ahora eres tú mi último refugio. No con su odio, no con sus esbirros – ¡oh, de tal persecución yo me burlaría y estaría orgulloso y contento!
¿No estuvo hasta ahora siempre el éxito de parte de los bien perseguidos? Y quien persigue bien, aprende con facilidad a seguir – ¡pues que marcha – detrás! Pero es de su compasión – es de su compasión de lo que huyo, buscando refugio en ti. Oh Zaratustra, protégeme, tú mi último refugio, tú el único que me ha adivinado…
Tú mismo empero – ¡ponte en guardia también a ti mismo contra tu compasión! Pues muchos están en camino hacia ti, muchos que sufren, que dudan, que desesperan, que se ahogan, que se hielan. –
También contra mí te pongo en guardia. Acertaste mi mejor, mi peor acertijo, a mí mismo y lo que hacía. Yo conozco el hacha que te derriba.
Pero El – tenía que morir: miraba con unos ojos que lo veían todo _ veía las profundidades y las honduras del hombre, toda la disimulada ignominia y fealdad de éste.
Su compasión no conocía el pudor: penetraba arrastrándose hasta mis rincones más sucios. Ese curioso superlativo, super-entrometido, super-compasivo, tenía que morir.
Me veía siempre: de tal testigo quise vengarme – o no vivir.
El Dios que veía todo, también al hombre: ¡ese Dios tenía que morir! El hombre no soporta que tal testigo viva».
Así habló el más feo de los hombres.
[icon name='envira' title='Sorgente'] • Así habló Zaratustra •
[icon name='file-image-o' title='Media'] • Pinterest • • •
No se han encontrado comentarios