Habremos ganado mucho para la ciencia estética cuando hayamos llegado no sólo a la inteligencia lógica, sino a la seguridad inmediata de la intuición de que el progresivo desenvolvimiento del arte está ligado a la duplicidad delo apolíneo y lo dionisíaco: de manera similar a como la generación depende de la dualidad de los sexos, entre los cuales hay una lucha continua y sólo periódicamente se produce la reconciliación. Esos nombres los adoptamos de los griegos, los cuales hacen perceptibles para el hombre perspicaz las profundas doctrinas secretas de su visión del arte, no, ciertamente, en conceptos, sino en las figuras penetrantemente claras del mundo de sus dioses. Con sus dos divinidades del arte, Apolo y Diónisos, enlázase nuestro conocimiento de que en el mundo griego existe una tremenda antítesis, en cuanto a origen y metas, entre el arte figurativo, arte apolíneo, y el arte no figurativo de la música, en cuanto arte de Diónisos: estos dos impulsos tan distintos marchan el uno al lado del otro, la mayoría de las veces en abierta discordia entre sí y excitándose mutuamente a alumbrar obras cada vez nuevas y más vigorosas, para en ellas perpetuar la lucha de aquella antítesis que la palabra «arte››, común a ambos, salva sólo aparentemente; hasta que, al fin, por un portentoso acto metafísico de la «voluntad» helénica, se presentan apareados entre sí y en ese apareamiento acaban engendrando la obra de arte a un tiempo dionisíaca y apolínea de la tragedia ática.
Para hacer visibles esos dos impulsos, pensémoslos por de pronto como los mundos artísticos separados del sueño y de la embriaguez; entre los cuales fenómenos fisiológicos se observa una antítesis correspondiente a la que existe entre lo apolíneo y lo dionisíaco. […] No podemos citar el desarrollo de este tema. Nietzsche caracteriza a Apolo por el sueño; la profecía como verdad del sueño; la medida como límite del sueño; y el principio de individuación como bella apariencia. Caracteriza a Diónisos por la embriaguez; la desmesura como verdad de la embriaguez; la resolución O la disolución del individuo en un Fondo original. En la continuación de su obra, Nietzsche encontrará otros rasgos para definir a Diónisos (pero entonces lo definirá en función de otros personajes distintos de Apolo)
Conforme a este conocimiento, hemos de comprender la tragedia griega como el coro dionisíaco que siempre de nuevo torna a descargarse en un apolíneo mundo de imágenes. Esas partes corales entretejidas en la tragedia son, pues, en cierto modo, el seno materno de todo el llamado diálogo, esto es, del mundo escénico en su conjunto, del drama propiamente dicho. En múltiples descargas sucesivas este fondo originario de la tragedia irradia esa visión del drama: la cual es en un todo aparición onírica y, en esa medida, de naturaleza épica, pero que, por otro lado, en cuanto objetivación de un estado dionisíaco, no representa la redención apolínea en la apariencia, sino, por el contrario, la ruina del individuo y su fundirse en uno con el ser originario. El drama es, por tanto, la acción apolínea de hacer sensibles conocimientos y efectos dionisíacos. […] Los fenómenos apolíneos, en los cuales Diónisos se objetiva, no son ya «un eterno mar, un cambiante vaivén, un ardiente vivir», como lo es la música del coro, no son ya aquellas fuerzas sólo sentidas, pero no condensadas en imagen, en las cuales el entusiasmado servidor de Diónisos barrunta la cercanía del dios: ahora son la claridad y la solidez de la forma épica las que le hablan desde la escena, ahora Diónisos no habla ya a través de fuerzas, sino en calidad de héroe épico, casi con el habla de Homero.
Para hacer visibles esos dos impulsos, pensémoslos por de pronto como los mundos artísticos separados del sueño y de la embriaguez; entre los cuales fenómenos fisiológicos se observa una antítesis correspondiente a la que existe entre lo apolíneo y lo dionisíaco. […] No podemos citar el desarrollo de este tema. Nietzsche caracteriza a Apolo por el sueño; la profecía como verdad del sueño; la medida como límite del sueño; y el principio de individuación como bella apariencia. Caracteriza a Diónisos por la embriaguez; la desmesura como verdad de la embriaguez; la resolución O la disolución del individuo en un Fondo original. En la continuación de su obra, Nietzsche encontrará otros rasgos para definir a Diónisos (pero entonces lo definirá en función de otros personajes distintos de Apolo)
Conforme a este conocimiento, hemos de comprender la tragedia griega como el coro dionisíaco que siempre de nuevo torna a descargarse en un apolíneo mundo de imágenes. Esas partes corales entretejidas en la tragedia son, pues, en cierto modo, el seno materno de todo el llamado diálogo, esto es, del mundo escénico en su conjunto, del drama propiamente dicho. En múltiples descargas sucesivas este fondo originario de la tragedia irradia esa visión del drama: la cual es en un todo aparición onírica y, en esa medida, de naturaleza épica, pero que, por otro lado, en cuanto objetivación de un estado dionisíaco, no representa la redención apolínea en la apariencia, sino, por el contrario, la ruina del individuo y su fundirse en uno con el ser originario. El drama es, por tanto, la acción apolínea de hacer sensibles conocimientos y efectos dionisíacos. […] Los fenómenos apolíneos, en los cuales Diónisos se objetiva, no son ya «un eterno mar, un cambiante vaivén, un ardiente vivir», como lo es la música del coro, no son ya aquellas fuerzas sólo sentidas, pero no condensadas en imagen, en las cuales el entusiasmado servidor de Diónisos barrunta la cercanía del dios: ahora son la claridad y la solidez de la forma épica las que le hablan desde la escena, ahora Diónisos no habla ya a través de fuerzas, sino en calidad de héroe épico, casi con el habla de Homero.
Créditos
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