Dar la Palabra, Jurar, hacer una Promesa es un acto de consecuencias dramáticas. Era dramático en el pasado, así como lo es hoy en día entre las fes, cultos y mentalidades tradicionales; dar la palabra en un juramento ata a uno de cierta manera, tomando a los espíritus como testigos de la verdad. Encontramos contrastes en este ámbito desde Epicuro, quien consideraba que las amistades eran una forma de amor que danzaba alrededor del mundo y que sustentaba nuestro ser. Traicionar la amistad en forma de daño, mentiras, engaños o traición para él era visto como la clave de la desgracia en su depravada carencia de honor. Para Epicuro era mejor acabar la vida de uno que traicionar a un amigo.
El hombre moderno ya tiende a no dar el mismo valor a los juramentos y las promesas. Las promesas y los votos se rompen fácilmente en referencia a alguna estrategia de auto justificación o la demonización del otro. Curiosamente las promesas rotas a menudo vienen seguidas de acciones punitivas sobre el otro por medio de aquel que se siente culpable de romper el juramento o la promesa. Esta culpa toma forma de auto justificación. En lugar de admitir la culpa uno busca explicar las razones por las cuales se ha roto la promesa y miente acerca de los fallos del otro, reales o imaginarios. La verdad empieza a distorsionarse y a ser distorsionada en algo que el culpable puede condenar, en un acto de deshecho de la culpa que se pega como las moscas atraidas a las heces.
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