La figura de Homero ha sido siempre circundada por una aureola de misterio. Del supuesto autor de los dos máximos poemas épicos de la literatura griega no existen datos ciertos, aunque la antigüedad lo haya señalado en numerosas anécdotas y noticias. Su mismo nombre, así como el lugar de origen, era objeto de controversias ya en tiempos remotos. Siete ciudades se han disputado el honor sobre su natalidad: Esmirna, Quíos, Colofón, Atenas, Ítaca y Pilos. También la indicación del tiempo en el cual ha vivido, ha conocido oscilaciones de centenares de años.
Según el histórico Heródoto, el poeta habría vivido alrededor de la mitad siglo IX a.c.; mientras para otros habría nacido en épocas posteriores, entre los siglos VIII y VII a.c. Los antiguos griegos han legado la imagen del autor ciego, concertados en la tradición que veían en la ceguera el símbolo de virtudes proféticas y sacralidad.
En época moderna, las incertidumbres unidas a la figura de Homero, vuelven a levantar interrogaciones que a partir del siglo XVII alimentan entre estudiosos la llamada ‘Cuestión Homérica’. Según algunos los dos poemas no han sido compuestos por una única mano, sino que seria el resultado de expresiones de enteras generaciones de cantores populares: los homéridos.
Independientemente de las teorías y de los rigurosos análisis, los poemas homéricos, junto a la figura del autor, son aun hoy un enigma, en gran parte, no resuelto y a lo mejor es esto el motivo de la inmensa seducción que continua a ejercer en estudiosos y lectores.
El tiempo en el cual Homero vive y compone sus obras está envuelto de incertidumbres; sin embargo, las excavaciones, los descubrimientos arqueológicos han demostrado que imágenes de ciudades, de edificios y de tesoros descritos en los textos no son pura obra de fantasía. Los héroes Aqueos y Miceneos pertenecían a una florida civilización que en el siglo II a.c. tuvo sus mayores centros en los alrededores del mar Egeo y que decayó bruscamente en un ámbito de amplios movimientos migratorios.
Los poemas homéricos narran entonces este mundo, pero es difícil establecer en qué medida éstos reflejan efectivamente la realidad. En la Ilíada y en la Odisea el elemento histórico convive y se funde con aquel fantástico formando un conjunto compuesto. Emerge todavía un cuadro bastante nítido del orden civil y político. La civilización homérica esta compuesta de pequeños reinos erigidos por soberanos dotados de poder absoluto. El pueblo está dedicado a la agricultura, a la caza, a la ganadería y a la guerra; tiene, además, una intima relación con el mar, como emerge de los viajes de Ulises en el cual esta reflejada la experiencia madurada por siglos por un pueblo de navegadores. Se trata de una civilización simple pero la descripción de sus suntuosos edificios, de las armas y de los vestuarios nos indican indicios para considerarla como una época de inmensa riqueza.
También la dimensión doméstica tiene un rol importante y la casa es descrita como un lugar donde reina el orden y la paz. La sociedad asigna a la mujer un rol subordinado, sobretodo en la Ilíada los pueblos veneran una gran cantidad de dioses, símil en el aspecto y en el carácter a los comunes mortales pero temidos y respetados. Numerosas son la referencias sobre sacrificios, juramentos y oraciones hechas para agradecer el querer de los Numes.
La Ilíada es el primero de los poemas homéricos y es dedicado al tema de la guerra de Troya, dicha también Olío, del cual viene el nombre. Según la leyenda la guerra que ve los héroes aqueos luchar contra la ciudad de Troya tiene origen con el rapto de la esposa del rey aqueo Melenao, la bellísima Helena, por parte del príncipe troyano Paris, hijo del rey Priamo.
La Ilíada no narra la entera historia de la guerra, sino que se ocupa principalmente de los últimos 51 días de los 10 años que duró. Los eventos terminaron cuando Crises, sacerdote de Apolo, intenta en vano recuperar su hija, hecha esclava por el rey Agamenón. Por castigo, el dios Apolo desencadena una terrible pestilencia sobre el campamento de los griegos que obliga a Agamenón a liberar la muchacha.
El rey griego, pero pretende en cambio la joven Briseida, esclava de Aquiles, desencadenando así la rabia del héroe. El invencible Aquiles irritado con Agamenón, se retira del conflicto y su ausencia hace que la suerte de la guerra vaya a favor de sus adversarios. Regresa pero en batalla para vengarse de la muerte de su fiel amigo Patroclo, occiso por el príncipe troyano Héctor.
Fuera de las murallas de la ciudad, desencadena su rabia sembrando muerte y terror; mientras también los dioses, algunos a favor de los griegos y otros a favor de los troyanos, luchan entre ellos. Cuando al fin Apolo consiente a los troyanos de refugiarse dentro de las murallas, solamente Héctor se queda afuera para enfrentarse en duelo con Aquiles donde viene occiso. Todavía, ciego de rabia, Aquiles hace estrago con el cuerpo de Héctor arrastrándolo en la arena hasta el campamento griego.
Por 11 días el cadáver del héroe se queda sin sepultura, mientras Aquiles celebra solemnes funerales en honor del amigo Patroclo. Solamente cuando el viejo Priamo, rey de Troya, ruega a Aquiles de restituir el cuerpo martirizado del hijo, éste, movido por la piedad, lo consiente. La funesta ira de Aquiles finalmente ha sido aplacada.
La guerra de Troya ha terminado desde hace 10 años; todos los jefes de la expedición Aquea han ya regresado en patria excepto Ulises, rey de Ítaca, constreñido por el dios Poseidón a vagar por los mares. Mientras tanto, en Ítaca, su esposa Penélope, sitiada por los procios, los pretendientes al trono, la fuerzan a tomar nuevo marido. El hijo Telémaco sale entonces en la búsqueda del padre.
Arenado en la isla Ogigia, Ulises es tenido como prisionero por la ninfa Calipso que quisiera hacerlo su marido, hasta que la diosa de Atenas obtiene que el héroe pueda hacer regreso a su patria. Ulises deja la isla de Calipso, pero después de solo 17 días, una tempestad, desencadenada por Poseidón, destruye su balsa.
El héroe llega a alcanzar apenas la isla de Esqueria, donde viene recogido por la joven princesa Naisícaa. El padre de Naisícaa, rey Alcínoo, hospeda Ulises por varios días y escucha los relatos de todas las aventuras vividas por él y por sus compañeros durante los largos años pasados en el mar. Ulises narra así el encuentro con el cíclope Polifemo, con el dios Eolo, con la maga Circe, la bajada al inframundo, la fuga de los monstruos Escila y Caribdis, el encuentro con las sirenas y al fin la muerte de los bueyes del dios Sol, que cuesta la vida a todos sus compañeros.
Finalmente Alcínoo predispone el regreso de Ulises y una vez en patria, bajo una falsa identidad, encuentra su hijo Telémaco en la casa de su más fiel servidor Eumeo, desde donde se dirige al palacio. Aquí mete en acto su venganza contra los procios y restablecido el orden se desvela a su esposa. Después de largos años de guerras y aventuras el héroe puede reposar finalmente en casa.
La figura de los dioses y de los héroes que constituyen el corazón de los poemas homéricos hacen parte de la tradición religiosa heredada por las civilizaciones arcaicas a través del mito. Un mito es una narración de naturaleza sagrada relativa al origen del mundo o a las modalidades en el cual el mismo mundo y sus criaturas vivientes se han formadas y evolucionadas.
Los protagonistas de estas narraciones, los dioses, son descritos como figuras similares en el aspecto y en el carácter a los hombres pero inmensamente más potentes. Cada uno de ellos posee una personalidad única y son vinculados a diferentes aspectos de la vida humana y de la naturaleza. Afrodita es, de hecho, la diosa del amor y de la belleza; Ares, el dios de la guerra; Atenea, la diosa de la sabiduría y las artes.
La mitología nos habla después de una edad en la cual dioses y hombres vivían juntos. Se narra sobretodo de la unión entre dioses y mortales, desde el cual nacen los héroes. A través de narraciones y leyendas éstos se vuelven objeto de veneración y entran a hacer parte de un imaginario sagrado junto a los dioses. El culto de los héroes se expresa de lleno en los mitos vinculados a la guerra de Troya y a las secuencias de eventos que de ésta han derivado.
La versión tradicionalmente más aceptada es aquella referida por Hesíodo en su Teogonía. En ella el poeta relata que al origen de la creación existía el Caos, un vació inmenso e indefinido desde donde emergen Erebo (símbolo de la oscuridad) y sucesivamente Hemera y Éter (símbolo del día y de la atmósfera celestial). De Caos nace también Gea (la diosa de la Tierra); desde Gea se genera Urano (el cielo) y éste la fecunda dando origen a cíclopes, gigantes y titanes.
El más joven y astuto de éstos, Crono, se rebela al padre Urano y empieza a reinar al lado de su hermana Rea. Entre Crono y Rea nacen varios hijos que el padre devora, uno a uno, por temor de perder la potestad. Solamente el pequeño Zeus logra salvarse y libera sus hermanos del estomago del padre; al final mete en prisión a Crono y a los titanes, dando vida a un nuevo reinado.
Debajo de la guía de Zeus surge un Panteón de dioses que residen en el monte Olimpo. Entre ellos se encuentran sus hermanos: Poseidón, el dios del mar; Hades, el señor del inframundo; Deméter, diosa de la agricultura; la potente Hera, diosa del matrimonio, que sera también su esposa. De la unión de Zeus y Hera nacen: Ares, dios de la guerra; Hefesto, dios del fuego y experto artesano; Hebe, la diosa de la juventud. Zeus genera también otras importantes divinidades, entre éstas se encuentra Atenea, diosa de la sabiduría, las artes y los oficios; nacida ya adulta desde la cabeza del padre.
La mitología atribuye a Zeus numerosas otras uniones de las cuales nacen divinidades como: Hermes, dios de multiforme ingenio y lleno de recursos; Artemisa, diosa de la caza y su hermano gemelo, Apolo, dios de la música y las artes, muchas veces identificado con el sol. De la unión con la mortal Sémele, hija del rey de Tebas, Zeus genera también Dioniso, el dios protector de los frutos de la tierra y Afrodita, que una tradición difundida la quiere ver generada por la espuma del mar, una imagen que evoca su gracia y belleza.
La importancia de estas divinidades es importante en el mundo griego. Sus gestas aparecen en una gran cantidad de relatos y serán ampliamente tratadas en los poemas homéricos, donde al lado de los héroes, asumen la parte de protagonistas en numerosos eventos.
Entre las representaciones más antiguas encontramos las Pinturas Vasculares que muestran escenas tomadas del ciclo troyano y de las aventuras de los viajes de Ulises. Imágenes de la guerra de Troya son también esculpidas en las metopas del Partenón que atestigua la importancia que este ciclo de historia ha tenido en la civilización griega. Desde este mundo griego, estos temas, han llegado a aquel Etrusco y Romano. Escenas tomadas de la Ilíada, son presentes en la famosa tumba François a Vulci y en aquella de los Toros a Tarquinia. Ilustran, en cambio, escenas de la Odisea los grandiosos fresco provenientes del Esquilinio y conservados en los museos del Vaticano.
La caída del imperio romano y el acontecimiento del cristianismo seña una pérdida de interés por los temas del clasicismo; una excepción todavía esta representada por la Ilíada Pintada, un precioso manuscrito miniado del siglo VI d.c. Con el re-descubrimiento de la antigüedad clásica, en el Renacimiento, imágenes de la poesía épica encuentran espacio en las obras junto a temas cristianos. En el fresco Incendio de Borgo, Rafael une al incendio de la basílica de san Pedro el héroe Eneas que huye de la guerra de Troya en llamas. En el ‘600, los temas clásicos encuentran espacio también en el arte Flaminga: un cuadro de Rubens retrata el choque entre Aquiles y Héctor; mientras Rembrandt celebra los grandes hombres de la antigua Grecia en el cuadro que ve Aristóteles contemplando el busto de Homero.
El iluminismo aleja a los artistas de los temas de la mitología, pero grandes filones del ‘500 re-emergen en la pintura veneciana del ‘700. Giovanni Battista Tiepolo, fresca un entero cuarto en la villa Valmarana a Venecia con imágenes traídas de la Ilíada.
Será después el acontecimiento del Romanticismo a marcar una nueva onda de entusiasmo por las civilizaciones antiguas. Artistas como Turner en Inglaterra y Füssli en Alemania, se dejan inspirar por las fabulosas aventuras de Ulises; Ingres celebra el mismo Homero en un famoso cuadro La Apoteosis de Homero que lo ve circundado por los más altos nombres de la literatura y del arte: a sus pies, dos figuras femeninas representan la Ilíada y la Odisea, las dos grandes obras que le han conferido la inmortalidad.
La leyenda inicia en el monte Olimpo, mientras todas las divinidades están entretenidas en el festejo del matrimonio de Tetis y Peleo; solo Eris, diosa de la discordia es excluida del banquete y decide vengarse. Lanza, entonces, sobre la mesa del banquete una manzana de oro con una incisión ‘A la más bella’. Rápidamente las diosas Atenea, Heras y Afrodita se pelean por el don y piden a Zeus que decida él a quien de ellas les esperaba. El padre de los dioses rechaza cumplir esta ardua opción y decide delegar el encargo al más bello entre los hombres: el príncipe troyano Paris.
Para agraciarse de su juicio cada diosa ofrece al joven invitantes recompensas. Heras le promete inmensos poderes; Atenea, la invencibilidad y Afrodita, el amor de la mujer más bella del mundo: se trata de Helena la esposa del rey espartano Menelao. Paris cede a la oferta de Afrodita y junto a la diosa rapta la bellísima Helena, llevándola consigo a Troya. Menelao llama y se reúne con los más potentes guerreros griegos para formar una gran ejercito y van a Troya. La guerra entonces tiene su inicio.
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